Dicen que viajé por primera vez a Ginebra cuando era sólo un embrión de vida. Ni lenguaje, ni cultura, ni creencias. Sin la huella que ellos y sus símbolos dejan, como en una ciudad, sobre la piel. Disculparán si me reivindico.
Viajamos para perder u olvidar y nos conmueve encontrar aquello que permanecía oculto. Recuperamos una mirada voluntariamente más inocente sobre nosotros mismos y nos detenemos en la belleza que ignorábamos.
Como las personas, el mapa imaginario de las ciudades está habitado de contradicciones. Tanto en su historia como en lo que representan para quienes las recorren. Entonces el viaje se llena de significados.
La convivencia del lujo con el atractivo de la sencillez, la austeridad.
La discreción y diversidad de sus vecinos frente a la pervivencia de la tradición y la unidad de principios.
Aterrizo y la televisión escupe el descontento español en el aniversario del 15-M.
Fugaces noticias cuyo eco inflama la incertidumbre que sobrevuela el país.
Nuevas vetas del descrédito ciudadano e institucional hacia Europa y sus planes para hacer desaparecer los búnkeres financieros. Fugaces noticias, historias que se han vuelto monocordes y cuyo eco inflama la incertidumbre que sobrevuela el país.
Ginebra me lleva a recuperar el espíritu de los Ilustrados y reformadores, recordando el ánimo que enciende aquí la rebelión por una sociedad más humana frente a la desoladora y escandalosa dictadura del dinero.
Figura por ejemplo en el ideario del líder protestante Juan Calvino, una de las personalidades ligadas a esta ciudad, la autorización del crédito. También es cierto que el teólogo, defensor de la asimilación de la religión a las costumbres civiles, aborreció la usura y defendió la virtud moral del trabajo en un momento de intensas desigualdades sociales.
La ciudad resguarda en el subsuelo el valor del conocimiento científico. Sobre el pavimento, asoman en la orilla opuesta a su núcleo histórico las grandes estructuras de la diplomacia internacional.
Pero Ginebra recuerda al mismo tiempo el peligro de pervertir ambos. Bajo la ciudad antigua perduran los pasadizos que la defendieran de los bombardeos de la II Guerra Mundial. Abundan los refugios antinucleares.
Lo transfronterizo, la acogida, la convivencia y lo cosmopolita frente a paisajes y desigualdades que invitan a menudo al exilio forzoso.
La generosidad y delicadeza de los espacios ciudadanos: parques, naturaleza, silencio, agua y arquitectura. Como una contrapartida del respeto por lo comunitario.
El tiempo, la precisión y la permanencia son parte de esa representación de excelencia. Y, sin embargo, la ciudad evoluciona y se transforma por un beneficio mutuo. La generosidad y delicadeza de los espacios ciudadanos, físicos o imaginarios: parques, naturaleza, silencio, agua y arquitectura. Como una contrapartida del respeto por lo comunitario.
A veces, también aquí nos vemos empujados a adoptar una perspectiva distinta, síntoma de este tiempo. Una óptica que avanza y a la vez recupera quiénes éramos antes de ceder al ruido, a la exhibición o la avaricia. Place Bourg-de-Four, Ancienne Ville (Genève).
Ginebra hoy y frente a una voluntad atenazada por discursos oficiales (no siempre e inevitablemente los del poder), me lleva a pensar en los colectivos o movimientos que aspiran a una sociedad reconstruida y transformada desde otra ética.